El blog y yo

Sí, habéis leído bien, este es el pequeño mundo de una mentalmente desorientada, porque eso de loca ya estaba muy visto. Lectora empedernida y tributo y directioner declarada, me encanta escribir, así que aquí colgare mis historiecillas y mis fanfics. Estáis invitados a leerlas, disfrutarlas, amarlas u odiarlas y sabed que se aceptan críticas y comentarios. Podéis seguirme en twitter a esta cuenta @isabel_universe

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Capítulo 3: "Empieza el espectáculo"

-Se ha saltado el toque de queda, Swallows. Tienes suerte de que me haya ofrecido para hacer el turno de guardia de esta zona. - reconozco esa voz, es Nathan, el agente de la paz más joven que conozco, con apenas dieciséis años, se hizo parte del cuerpo después de que su padre muriera, (el mismo al que salvó mi padre) hace poco más de un año. Era raro llevarse tan bien con un agente de la paz, pero él no estaba allí por gusto ni abusaba de su superioridad, al revés, a escondidas, intentaba ayudar en lo que podía, pero siempre acatando las órdenes. Suelta una carcajada porque sabe que me ha asustado, después su tono cambia y se vuelve serio y comprensivo.- ¿No podías dormir por la Cosecha? A mi hermana le pasaba igual. Venga te acompaño a casa, antes de que alguien descubra lo que has hecho y tengas que pasar la noche en el calabozo.
No hablábamos mucho y lo poco que lo hacíamos, eran cosas sin importancia, cuando negociaba la cantidad de ostras que le iba a dar a cambio de poder quedarme el resto. Pero en aquel momento no pude evitar preguntarle algo que me intrigaba, además de su corta edad para ser agente de paz:
-¿Tú no participas en los Juegos?
-¡Claro que lo hago! Si fuera tan fácil dejar de participar en la Cosecha, todo el mundo sería agente de paz. Solo los ciudadanos del Capitolio pueden hacerse del cuerpo, como forma de pagar las deudas. Mi nombre entra en el sorteo en mi distrito, el 2, pero durante la Cosecha tengo que estar aquí. En el caso de que se diera que me tocase ser tributo, me llevarían allí de inmediato.
-Un momento, has dicho que solo los ciudadanos del Capitolio, pero tú eres del distrito 2.
-Eso es una larga historia que ya te contaré en su momento. Por ahora ya sabes más que mucha gente de aquí sobre mí. Estate satisfecha con eso.- puso una sonrisa triunfal y se apoyó en el marco de la puerta de mi casa.- Y ahora, deja de saltarte el toque de queda, sé una niña buena y vete a dormir. Buenas noches, señorita.
-Que descanse, caballero.- respondo en el mismo tono de broma. Mientras el chico de piel morena,  pelo oscuro y ojos castaños, rasgos tan poco corrientes en el distrito 2 me observa entrar y se marcha.
Antes de acostarme, tomo un vaso de sopa que ha sobrado a mediodía y me vuelvo a acostar. Me hesaltado el toque de queda, ningún año había dormido bien, pero esta era la primera vez que incumplo esa orden. Lo hacen para evitar que alguien escaoe o intente suicidarse por la cosecha. Es algo descabellado pero hay gente realmente desesperada. Consigo dormir unas horas, hasta que mi madre me despierta.
-¿Qué hora es?-pregunto somnolienta aún.
-Tarde, muy tarde, queda menos de una hora para el sorteo. He calentado agua en la bañera, elige la ropa que quieras y tómate el café y la fruta que tienes sobre la mesa. Pídele a tu hermana que te ayude a peinarte o con el maquillaje si hace falta. Yo voy a plancharle la camisa a tu padre.
-No quiero maquillarme.
-Sabes que es un día muy  importante y en caso de que salgas tienes que estar lo mejor posible. Sabes que la primera impresión es vital. No lo hagas como una obligación. ¿Me harás caso?
-Ya veré mamá. - me desarropo y salgo de la cama,  aturdida aún. Tomo el café sin ganas y como un trozo de piña, que intercambiamos con los vecinos del pueblo a cambio de cocos o plátanos y voy al baño. Me desvisto y me baño en el agua caliente, me sumerjo una y otra vez hasta que me despierto. Salgo envuelta en la toalla, con el pelo secándose en otra, y abro mi baúl, que construyó mi tatarabuelo, hizo cuatro iguales, uno para cada miembro de la familia, todos con dos compartimentos pequeños a los lados. No encuentro nada que me guste, así que, tras buscar y rebuscar, voy a mirar al de mi hermana. Me pregunto dónde estará. No me extrañaría que estuviera con Ethan disfrutando antes de la Cosecha, se ha convertido en tradición para los dos. Sí, aquí esta: mi vestido favorito, es simple, de un tono verde azulado menta, con la espalda semiabierta y unas gruesas tirantas cruzadas. Me visto y me seco el pelo. Cojo unos zapatos: unos botines planos, con cordones, de color marrón claro y terminados en punta, cómodos y bonitos. Miro el reloj, queda menos de media hora cuando mi hermana llega, con un vestido de mi madre rosa pálido contrastante con su pelo oscuro que lleva recogido en una trenza de espiga.
-Veo que no te has andado con rodeos. Llevabas queriéndote poner ese vestido desde que nos lo dieron los Vaitiare. Ahora entiendo por qué: te queda como un guante.
-Gracias, no sé qué hacerme en el pelo.
-Yo sí. Ven.
Me hace sentarme en la cama, frente al espejo, mientras coge los dos mechones frontales de mi cabellera y los trenza para después unirlos  atrás. Me siento como cuando era pequeña y se pasaba la tarde cepillándome el pelo para probarme cosas.
-Mamá me dijo antes de irme que tenía que volver para ayudarte con el maquillaje.
-Ya lo sé pero sabes lo que pienso.
-Sí, sí, sí, es anti natural, y exagerado y blablablá. Pero un poco de brillo de labios y marcar las pestañas no hace mal a nadie, sobre todo tú con esos ojazos verdes…
-Vale,  vale, pero solo labios y pestañas eh, es bastante valioso ese alijo de pinturas y no pienso malgastarlo en mí cuando me parece absurdo.
-Está bien, espera aquí.- vuelve con una cajita dorada y un pincel. Humedece el pincel, lo mete en la cajita y me pinta los labios de un color rosa nada chillón. Después con un pincel más fino, mojado en nosequé sustancia negra, me repasa las pestañas.- Lista. No te has muerto por lo que parece. Es hora de irnos, venga vamos.
Nos disponemos a salir cuando me recuerda:
-Jade, tu colgante, cógelo.
Hago caso y rebusco entre mis cosas hasta encontrar la caracola con una perla negra en su parte más ancha. La conseguí hace tres años, buceando. Estaba incrustada en una antigua roca. Podría haberla vendido por bastante, pero me gustó tanto que no pude evitar quedármela. Después de atármela al cuello, salimos de casa.
Caminamos juntas en silencio hasta llegar a la zona en la que tengo que ir a registrarme. Poco antes de llegar me para en seco y me dice:
-Buena suerte.- susurra mientras me abraza.
-No voy a salir, tranquila. Y no, tampoco voy a presentarme voluntaria. No es mi estilo.
-Eso espero.
La abrazo una vez más y se va justo antes del pinchazo para registrar mi sangre. Después busco a Coraline y su hermana entre la gente y me sitúo a su lado. Todavía queda un rato para que empiece, así que mi amiga preguntó:
-¿Cuántas veces entra hoy tu nombre?
-Siete.- digo recordando el único año en que tuvimos que pedir teselas.- ¿Y vosotras?
-Seis cada una.
No podemos decir más porque empieza el espectáculo. Una mujer joven, con la piel tatuada de escamas doradas en brazos y piernas, sale a presentar la Cosecha, como cada año. Su nombre, Rigel. El pelo teñido de rojo le cae en cascada por la espalda y los hombros, en exagerados tirabuzones, y sus labios están pintados con un gran cangrejo. Su traje: un vestido anguloso, por los tobillos, de color azul eléctrico y unos enormes tacones anaranjados. Ha intentado parecer acorde al distrito, camuflándose como una criatura marina, cosa que la hace destacar aún más. Con ese exagerado acento del Capitolio, hace el discurso inicial, ya más que conocido por todos, y por supuesto, hace comentarios intentando parecer amable y graciosa pero son incomprensibles del tipo: “Vaya, hoy hace un sol tan radiante que ni la mismísima diseñadora Enif Mirfak, que ha diseñado este maravilloso vestuario, podría captarlo en sus diseños”.
A mediados de su discurso empiezo a cavilar sobre si alguien saldrá voluntario este año. Desde que Annie Cresta ganó los Juegos hace tres años, nuestros tributos han muerto el primer día de competición, en el Baño de Sangre o poco después. Eso hará que la gente no quiera presentarse este año al menos, sobre todo entre las chicas del distrito. No suelen salir voluntarias y más desde entonces. Yo tengo la teoría de que tenemos más sentido común que los chicos.
Recuerdo la corta conversación de la noche anterior con Nathan, ¿saldrá su nombre en el distrito 2? ¿Se presentará  voluntario? Espero que no, lo aprecio demasiado para verlo morir en la Arena, aunque lo conozca tan poco. Ya resulta deprimente ver como desconocidos se masacran unos a otros como para que sea alguien que me gusta quien muera ante mis ojos. Lo busco con la mirada y le sonrío, él susurra un “suerte” y vuelve a su trabajo. Cuando vuelvo a la realidad está a punto de empezar el sorteo.
-Bueno, las damas primero. ¿No estáis impacientes por ver que valiente joven representará a vuestro distrito?- supongo que espera que aplaudamos pero por nuestra parte solo hay silencio y aguantamos la respiración.- Yo sí, distrito 4. Presiento que este va a ser vuestro año. Seguro que vuestros mentores hacen un trabajo estupendo.-dice dirigiéndose a Finnick Odair, Annie Cresta y Mags, sentados muy rectos y serios o con la mirada perdida a su derecha.-Redoble de tambores, por favor.

jueves, 23 de mayo de 2013

Capítulo 2: "Y salgo cerrando la puerta despacio"


Es el día más feliz de las dos semanas de antes de la Cosecha. Los siguientes quince días se pasan rápido entre los indeseados entrenamientos y la escuela. De vez en cuando intento sacar tiempo para escribir un par de líneas de lo primero que se me cruce por la cabeza, y todas las noches hago un repaso del entrenamiento y si he aprendido algo útil nuevo  lo apunto. Mi hermana también me ayuda anotándome todos los posibles nudos que recuerda y cómo tejer una red. No lo hacemos para ayudarnos en los Juegos, sino para matar el tiempo muerto. En el domingo, no me pierdo la reunión familiar, estamos solo nosotros y mi padre tendrá que estar pescando cerca de la playa la próxima semana, justo hasta la mañana antes de la Cosecha, y estamos muy contentas con las buenas noticias. Los domingos nos perdonan los entrenamientos, y los dedico a la familia. El resto de los días, después de la escuela, la comida y los entrenamientos, paso el resto de tarde en la playa, a veces sola y otras con Coraline y Ally. No vuelven a perdonarme una mísera hora de entrenamiento, a veces, con suerte salgo un cuarto de hora antes. La hora de entrenamiento libre me dedico a observar a los demás combatir y mejorar sus habilidades y a trepar, que es lo que menos me desagrada; y, cada sesión me encargo de practicar un tipo de “arma” distinta (que no eran más que barras de madera o metal de distintas formas, pesos y tamaños), para cubrir más campo, pero no tengo ninguna destreza especial ni se me da bien ninguna. Al principio todo se me hace un poco, cuesta arriba, porque es el primer año que no está mi hermana aquí, pero cuando forma parte de la rutina me acostumbro y lo único que hago es esperar a poder salir e ir a la playa. Las dos semanas terminan por hacerse cortas y enseguida estoy despertándome el día antes de la Cosecha, es domingo y por tanto, todos los miembros de mi familia estamos libres. Me despierto con hambre y en la mesa encuentro un trozo de pan aún caliente  y una taza de café muy aguado, pero que entra bien recién levantada. Mis padres y mi hermana llegan, y Lesly me abraza mientras da saltitos de emoción riendo. No entiendo lo que pasa, así que lanzo una mirada interrogativa a mi madre, que se limita a decir:
-Tu hermana e Ethan se han comprometido. Acabamos de volver de hablar con los Abisay para acordarlo.
-Eso es genial.
-Lo sé.- exclamó ella, sin parar de soltar risitas tontas.
-¿Eso significa que tenemos que pasar el día con ellos?-pienso en voz alta, no demasiado contenta.
-No, el día antes de la Cosecha lo pasamos en familia, solo nosotros.- responde mi padre abrazándome. Le gusta que estemos juntos tanto como a mí y sabe perfectamente que puede ser nuestro último domingo,  todos juntos,  pero tengo tantas posibilidades como cualquier otra así que me quito esa idea de la cabeza y solo pienso en disfrutar en un domingo más. Hace frío porque es muy temprano,  así que mi madre ha preparado un caldo de pescado que hizo con las sobras de ayer. Para comer hay una crema hecha con plátano, soja,  cangrejo y leche de coco. Suena bastante peor de lo que sabe. El plátano, el pescado y el coco son la base de la alimentación en el distrito 4, porque el Capitolio, nos provee algo de pescado si la producción supera las expectativas en caso de que algún miembro de la familia trabaje en esa actividad, no es raro que paguen en materia prima si sobra. Además nos paga al mes una pequeña suma de dinero que empleamos en el resto de nuestra comida y útiles de primera necesidad. Pero esto no da para  mucho,  y nos vemos obligados a ganarnos el pan como podemos. En el caso de mis padres, nada más les fue asignada la casa plantaron un cocotero y un platanero, que nos proveen bastante. Lo mismo han hecho casi todas las familias que conocemos, para tener algo de lo que tirar en tiempos de flaqueza. Pero a cambio de esto tenemos que prescindir de parte del agua: a todas las casas llega un volumen de agua corriente bastante escaso, por lo que, como todo hay que saber racionarlo.
Comemos tranquilamente en la playa, sobre unas viejas esterillas de bambú, mientras comentamos lo primero que se nos pasa por la cabeza y saltamos de un tema a otro. Mientras hablamos me fijo en cuanto ha cambiado mi hermana: ha pasado de ser una chica menudita, con la piel canela y el  pelo negro caoba, tan poco común aquí, con unos ojos azules apagados; a una joven a punto de casarse, con la piel curtida por el sol, el pelo  largo y unos ojos brillantes, maduros y enamorados. Hay algo que me llama la atención: sus manos, antes delicadas y suaves, ahora estaban ásperas, con callos y arañazos de trabajar las cuerdas y los nudos. Se da cuenta de mi impresión y se las frota, nerviosa:
-¿Mamá, todavía recuerdas de cómo mejorar la piel con aquella crema de algas? No quiero casarme con estas manos.
-Sí pero necesito algas y barro que se encuentran a bastante profundidad.
-Yo las buscaré luego.- propongo.
-De acuerdo, ya sabes cuales son, pero no te saltes el toque de queda.
-Y no te metas en líos.
-Vale, vale. Seré buena lo prometo.-digo medio en broma medio en serio, con una sonrisa. Mi padre me revuelve el pelo y volvemos a lo nuestro. Después de comer volvemos a casa y ayudamos en las tareas domésticas: mi madre hace inventario y repasamos lo que nos hace falta eliminando lo que no sea totalmente imprescindible, Lesly y yo limpiamos el suelo y mi padre arregla las partes del bungaló que están mal, un trozo de techo desprendido por aquí, la estufa estropeada allá,… Cuando terminamos, nosotras tejemos unas alfombras que hacemos descosiendo viejos jerseys y ropa de cuando éramos niñas que no hemos podido vender ni dejársela a nadie, porque en invierno el suelo se enfría demasiado y mi madre está lavando la ropa en la bañera. De repente, alguien abre  la puerta y entra la madre de Ethan con algo en la mano: un vestido blanco como la nieve, liso y ajustado hasta  la cintura, tras la cual cae una falda hasta las rodillas en forma de tablas, y desde los hombros hasta el escote, redondo, está lleno de conchas de colores vivos e imitación de perlas.
-He estado rebuscando entre mi ropa y lo he encontrado. Y como tú e Ethan ya estáis comprometidos, he decidido traértelo.
-Es precioso- exclama levantándose de la cama como un resorte de la cama en la que estábamos sentadas, y quitándoselo a mi madre de las manos. Lo coge y repasa, detalle a detalle, como una niña pequeña con un juguete nuevo que tiene miedo de romper.
Es tradición que los vestidos pasen de generación en generación, de suegras a nueras, o de abuelas a hijas o nietas, dependiendo de si tienen hijos varones o no.
-Era de mi madre, habrá que hacerle algunos arreglillos pero seguro que te valdrá. Es que, como os vais a casar tan jóvenes…  Venga, pruébatelo.- la apresura, impaciente por ver a su nuera con su traje de boda.
Lesly tarda bastante en asimilarlo todo y dirigirse al baño y cambiarse. Cuando sale está resplandeciente y mi madre toma notas de lo que hay que arreglar:
-Hay que ajustártelo un poco más de la cintura, por lo demás te queda como un guante. Vas a estar radiante. Date una vuelta para que te veamos.- mi hermana obedece.
-Vaya dos hijas más guapas que tengo.- dice mi padre.-Pero creo que esto es cosa de mujeres, así que disculpadme pero voy a dormir un rato, se ha hecho tarde.
-Yo tengo que irme yendo para casa que me esperan para cenar. Todavía quedan un par de meses para la ceremonia, así que tendrás que hacerte más pruebas. De momento quedaos con el vestido, estoy segura de que solo con verlo te alegrará los días. Y cuídate esas manos.- le da dos besos a su futura nuera, se despide y se va.
-Yo voy a aprovechar que aún quedan un par de horas de luz para ir a buscar las algas, así le da un tiempo a Lesly a que se recuperen sus manos mañana durante la Cosecha.-digo cogiendo mi mochila.
-Vale, pero no tardes, que el toque de queda está puesto para dentro de dos horas.-dice mi madre.
-Sí, mamá.-le doy un beso en la mejilla y me voy.
Ni siquiera me he calzado, piso el caliente camino de baldosas hasta la playa, donde la arena, cálida me acoge y camino, no me detengo hasta que tengo que escalar un grupo de rocas escarpadas. Dejo la mochila, me desvisto y trepo. Desde la más alta salto de cabeza y me sumerjo en el agua templada y cristalina de esta zona. Buceo y bajo hasta el borde inferior de la roca desde donde he saltado, y arranco un puñado de algas que crecen en su base. Subo y vuelvo a coger aire. Encuentro una gran concha, casi intacta y vuelvo al fondo, escarbo bajo la superficie y desentierro unas piedrecitas blandas. Las aprieto con fuerza y vuelvo a la superficie. Nado entre las rocas, mientras veo el atardecer. Recojo mis cosas de la orilla y vuelvo a casa sin prisa, observando el cielo anaranjado. Le doy las cosas a mi madre:
-Me has traído las algas perfectas cielo. Y te has acordado de la arcilla. Queda sopa de este mediodía encima de la mesa. Tómatela y vete a dormir pronto anda.- me da un beso y se vuelve a la cocina a preparar el ungüento. Bebo la sopa caliente de un trago y me pongo el camisón que uso de pijama, no es más que una camiseta antigua de mi padre, pero en casa todo se aprovecha y eso no iba a ser menos. Mi hermana está enfrente de un viejo espejo, cepillándose el pelo y probando peinados. Se nos ha echado la noche encima.
-Presumida deja eso ya.-le digo lanzándole su pijama, otra camiseta vieja.
-Intento pensar algo elegante para la boda.
-Quedan meses, déjalo ya.
-Lo sé, pero…
-Ni pero ni nada es hora de dormir y necesito ayuda para repasar la libreta de estrategias.
-Está bien, vale. Pero no hagas ninguna tontería mañana, como presentarte voluntaria. Ni se te ocurra.
-Sí, mami.-digo poniendo voz de niña pequeña.
-No estoy de broma, ¿me has entendido?
-Valoro bastante mi vida como para presentarme voluntaria ¿sabes?
-Vale, solo quería asegurarme.
Nos sentamos y leemos una por una las notas de la libreta. Estrategias, armas, mutos. Es casi imposible que salga yo, así que lo hacemos, una vez más, por matar el tiempo y que nos entre el sueño. Cuando ella se queda dormida, apago la luz y me meto en la cama. Consigo dormir un rato pero acabo por despertarme a medianoche, nunca he dormido bien la noche antes de la Cosecha. Tras una hora de dar vueltas por la cama, sé que no voy a poder dormir, así que me levanto con cuidado, me pongo unos pantalones que tengo tirados a los pies de la cama, cojo unos zapatos cualquiera y salgo cerrando la puerta despacio. Paseo despacio por la playa, una vez más, mirando la proyección de las estrellas sobre el agua, en suave movimiento. Dejo que mis pies me guíen, escuchando tan solo  el murmullo de las olas. Es como si no estuviera en mi cuerpo, no pienso ni reacciono, solo me dejo llevar. Paso las rocas en las que nadé esta mañana, sigo y sigo caminando. Poco después encuentro unas viejas ruinas, los restos del Primer Edificio de Justicia, destruido durante los Días Oscuros. Camino entre los restos de piedra y encuentro una gran piedra plana y amplia, donde decido tumbarme a descansar. Repaso todo lo ocurrido hoy: el compromiso de Lesly, el vestido de novia, el hecho de que mañana sea la Cosecha, la advertencia de mi hermana… Al final llego a una conclusión bastante obvia mientras observo un par de estrellas y un cielo sin luna: temen por mí, todo esto ha pasado hoy para evitar algo impensable por mi parte pero que les preocupa a ellos, que salga voluntaria. Todavía sigo asimilándolo todo cuando oigo unos pasos seguidos de un susurro burlón, protector e imponente tras de mí:

jueves, 16 de mayo de 2013

Juegos del Hambre Parte 1, Capítulo 1: “Vamos di que te rindes, no te dejaré hasta que lo digas”


Estoy sentada una vez más, en mi cama, observando nuestra pequeña casa, silenciosa salvo por el “clac clac clac” de mis dedos sobre las teclas: no es más que una sola planta, con un pequeño adosado en el que está la cama de mis padres. En la parte baja, tan solo hay dos camas con un baúl de ropa cada una, una mesa con cuatro viejas sillas, una pequeña candela de piedra, un baño separado del resto de la casa por dos cortinas, una cocina de fuego y la televisión de obligación colocada en el cabecero de la cama de mis padres. Me quedo en blanco y no fluyen las palabras de mis dedos. Aparto la máquina y miro el viejo y oxidado reloj de pared: son casi las cuatro y media, tengo que ir al entrenamiento obligatorio. Me fijo en un pequeño calendario que nos indica las mareas, cuento los días: dos semanas para la Cosecha, tres para la Competición. Eso solo significa una cosa para mí: cuatro horas diarias de entrenamiento establecido durante estas dos semanas y esta vez es casi imposible escaquearme. Cojo una vieja mochila, la vacío, meto dentro una botella de agua, una toalla y ropa de deporte, llevo en la mano los zapatos y salgo de casa camino al colegio. Cojo el camino de la playa, paseando por la orilla, en silencio, viendo pasar niños de todas las edades que se apresuran a llegar lo antes posible. No entienden que su vida no depende del entrenamiento, sino del Capitolio, que alterará los Juegos de forma que gane el que más le interese para mantener contenta a la gente. Cuando llego a la pasarela que me saca de la playa me calzo para seguir por el camino de piedra, entre los callejones de la plaza, hasta llegar al ruinoso Edificio de Justicia. Antes de entrar me encuentro con Ally, impaciente por mi tardanza.
-Primer día de este año y ya llegas tarde. Eres increíble.-dice dándome un abrazo y metiéndome dentro. Somos las últimas en colocarnos con nuestro grupo: unos ciento cincuenta chicos y chicas de entre catorce y dieciséis años.
Vemos a Coraline, con su hermana gemela Lea y nos vamos con ellas. Sería una verdadera tragedia que una de las dos saliera elegida durante la Cosecha. Como que saliera cualquier otro, claro está. Veo a Denneb entre la multitud de chicos de su edad, que están bastante unidos y le sonrío, él hace lo mismo y vuelve a lo suyo. Los entrenadores, ya habituados a nosotros por todos estos años, hacen una explicación para los nuevos: hacemos una hora de preparación física, una de batalla, media de primeros cuidados y el resto es tiempo libre para practicar nuestras habilidades favoritas. No tenemos materiales apenas, solo un puñado de palos de diversos tamaños, un par de vallas y algún que otro utensilio que nos prestan los de los barcos, además de cuerdas en abundancia. Nos dividen en varios grupos para la preparación física es un cuarto de hora de carrera (unos tres kilómetros), tres series de cincuenta abdominales, dos de veinte flexiones, un circuito de obstáculos de un kilómetro y escalada por una cuerda. Una vez terminada esa parte, nos ponen por parejas, por sorteo y nos hacen combatir hasta que uno de los dos se rinde. Después nos repasan las técnicas para curar heridas de varios tipos y, en teoría podríamos irnos a casa si fuéramos nuevos. Pero nos obligan a practicar algún tipo de habilidad durante una hora y media. No lo hacen por nosotros, lo hacen por ellos mismos: si un tributo de nuestro distrito gana, todos ganan, porque nos dan regalos y fiestas. Y así el Capitolio tiene contentos al resto de distritos: con la esperanza de ganar algo. Según las reglas, está prohibido que se entrene a los participantes antes de la Cosecha pero con nosotros y un par de distritos más hacen la vista gorda, nunca he entendido muy bien por qué.
Hago cuanto antes la preparación física, en la que caigo al suelo más de una vez y me quemo las manos y las rodillas con la escalada. Aunque me esfuerzo mucho, termino de las últimas. A la hora de la batalla, tengo que enfrentarme a una primeriza, pero decido no gastar las pocas energías que me quedan y acaba por ser una pelea bastante igualada: usamos dos barras de madera, golpeando y parando golpes por lo que me parece una eternidad, de vez en cuando la oigo maldecir entre dientes, y poco a poco se va formando un círculo a nuestro alrededor. La chica, pese a no tener más de doce años, es más corpulenta y fuerte que yo. Al final, termino por poner todo mi empeño en ganarle, todo el mundo nos mira y no pienso quedar mal. No suelo ser de las que le importa la opinión de la gente, pero esta chica ya se ha divertido bastante conmigo: lo veo en su sonrisa triunfal y en el brillo de sus ojos cuando con la barra, colocada en X con la mía, me pega a la pared, intentando cortar mi respiración, mientras susurraba “vamos di que te rindes, no te dejaré hasta que lo digas”. Sin duda se presentará voluntaria dentro de un par de años, cuando su fuerza resulte aún más letal y no pienso darle la satisfacción de ganarme en su primer entrenamiento, así que aprieto los dientes, hago fuerza para empujarla hacia atrás, esto la distrae lo suficiente como para deslizar mi pie detrás de su talón, entrelazando nuestras piernas y haciéndola caer de espaldas, dando un golpe seco con su espalda en el suelo. Me siento mal por ella al ver su mueca de dolor, luego recuerdo su carácter sádico y antes de que se recupere me siento sobre sus caderas, aparto la barra de sus manos con un manotazo y con la mía la inmovilizo. Nos quedamos así cinco minutos sin movernos solo respirando y observando, hasta que intenta zafarse de mí y se da la vuelta, haciéndome rodar, pero antes de que se ponga sobre mí, le cojo el brazo y se lo retuerzo, haciéndole soltar un gemido e inmovilizándola, vuelvo a sentarme encima, siempre con la misma presión sobre su brazo, hasta que al fin pronuncia la frase que me hace quitarme de encima y me siente a descansar para recuperar el aliento. Veo como la chica se frota el brazo y vuelve con sus amigas, de repente recuerdo su nombre: Zendaya, la hija del zapatero. Recuerdo que su hermana participó en los mismos juegos que el ganador de nuestro distrito, Finnick Odair. Ella murió en el baño de sangre de la Cornucopia, al poco de empezar, intentó hacerse con algunas armas, había decidido no formar parte de la manada de profesionales y en vez de huir lo antes posible, quiso hacerse con los recursos, y ambas cosas las pagó caras. Finnick no pudo hacer nada. Supongo que ella quiere ir a luchar por su hermana, pero cualquier persona en sus cabales sabría que presentarse voluntaria con doce años sería un suicidio, así que estoy casi segura de que no será este año cuando intente pisar la arena. Ahora entiendo su intento de parecer feroz e intento levantarle la moral:
-Eh, bien hecho.- le digo lo suficientemente alto como para que me oiga desde la otra punta del gimnasio.- Te ha fallado la experiencia. Son errores de novata, vigila siempre los pies y no te desconcentres. Sigue así.- luego le sonrío y ella me corresponde, dicho esto me incorporo con el cuerpo  agarrotado y me dispongo a irme, cuando un agente de la paz me detiene.
-No ha terminado la hora del entrenamiento, señorita Swallows. Por favor vuelva dentro.
-Déjela marchar, Serrik, la señorita ha hecho suficiente por hoy con su magnífica pelea.- rectifica su superiora, Lyah, con lo que me parece que es una semi-sonrisa. Después vuelve a ponerse seria.- Pero no se acostumbre, señorita Swallows, solo por ser el primer día, y porque se lo ha ganado. Repito, solo por hoy puede saltarse los cuidados básicos y el entrenamiento libre. Que no sirva de precedente.
-De acuerdo.- asiento con la cabeza y me voy, una vez he salido del Edificio de Justicia, hecho a correr, libre por un día y orgullosa de mi astucia durante la pelea. Llego a la playa, me desvisto rápido, quedándome en ropa de baño y salgo corriendo al mar, sin pensármelo dos veces. De camino al agua doy un par de cabriolas por la arena para descargar la adrenalina. Me baño tranquila, nadando de aquí para allá, sumergiéndome y haciendo volteretas en la fría y refrescante agua. Tengo que acordarme de apuntar la técnica que usé en la batalla de hoy en el cuaderno de supervivencia.

jueves, 9 de mayo de 2013

Primera historiecilla: Mis juegos del hambre

Como habéis podido leer, la primera historia que voy a subir va a ser una fanfic en la que cuento unos Juegos del Hambre anteriores a los que se narran en la trilogía. Aquí os dejo la introducción:

Soy Jade, tengo catorce años y vivo en el distrito 4, situado en una gran zona de costa, porque nuestro distrito se dedica a la pesca. Vivo en un pequeño bungaló con mis padres y mi hermana mayor, en la parte más externa de mi gran aldea. Salvo en las comidas, suelo pasar sola en casa todo el día y en pocos momentos estamos todos juntos: mi madre y mi hermana, que cumplió los diecinueve hace menos de seis meses, trabajan tejiendo  redes y fabricando anzuelos diez horas diarias, cuatro por la mañana y seis por la tarde, mientras que mi padre pasa las noches pescando y no es raro que pase largas temporadas fuera de casa para adentrarse mar adentro con la tripulación. Mi hermana quería trabajar con él, pero no le dejaron, según nuestros padres es demasiado peligroso, aunque yo todavía no me he planteado lo que haré cuando termine el colegio. De momento, tengo cinco horas de clase todas la mañanas, de las cuales una es  técnicas de pesca, otra manejo de instrumentos, otra el agua y sus criaturas, una más que varía todos los días (matemáticas, lengua, anatomía,) y la restante de aprovechamiento de recursos, en la que además nos obligan a aprendernos que podemos quedarnos y qué no, según las leyes del Capitolio. Dos días a la semana tenemos clase por la tarde, dependiendo de la franja de edad en la que te encuentres, un día son cuatro horas de entrenamiento para los Juegos (de las cuales solo una y media es obligatoria) y otro son dos horas de historia de Panem. La verdad no me esfuerzo demasiado en ninguna: el entrenamiento lo cumplo solo en la parte obligatoria, escaqueándome cuando puedo, porque creo que, en parte no es justo para el resto de distritos que nos entrenen y por otro lado, al final suelen sobrevivir no los tributos entrenados, sino los que más gustan y saben cuándo huir, no los arrogantes que se enfrentan al peligro para lucirse. Y en cuanto a la historia de Panem, pongo en duda bastante lo que nos cuentan, aunque solo sea en mi mente por miedo a represalias, estoy segura de que todo lo que nos cuentan no son más que patrañas, excepto la parte en la que hablan de los mutos del Capitolio durante los Días Oscuros.
El resto de las tardes las pasamos en el pequeño porcentaje de playa que nos dejan visitar nuestros agentes de paz. No son demasiado comprensivos y la empatía no es conocida entre sus virtudes. Las reglas de nuestro distrito, pese a ser uno de los privilegiados, (según comentan los agentes de paz) son bastante duras y se cumplen a rajatabla: no podemos llevarnos más de dos peces al día, todo lo que encontremos en la playa con un tamaño mayor al de un dedo pulgar debe pasar por sus manos antes de poder quedárnoslo, nada de armas, y no salir de casa después del toque de queda si este se establece por cualquier motivo. Dependiendo de la infracción, los castigos variaban desde una noche en el calabozo a la ejecución. Aunque pocas veces se daba este último caso: si sospechaban un delito grave sobre ti simplemente provocaba un “accidente” cuyos daños eran diversos. Y no todos los agentes eran duros, había un grupo de ellos a los que les gustaba vigilar la playa y pasar el rato con nosotros charlando de temas banales, sin perder por supuesto su rango de superioridad e intentando conseguir algo de pescado o marisco como botín personal, además de ganar algo de moreno y refrescarse en los calurosos veranos de nuestro distrito. Estos agentes eran siempre o los más jóvenes, con ganas de disfrutar de su vida o los más viejos, que después de toda una vida de servicios para el Capitolio, querían descansar.
Los domingos eran día de descanso oficial en Panem, así que, exceptuando cuando mi padre estaba de misión en mar adentro, pasamos el día en familia o comemos con amigos. Últimamente, los pasamos con los Abisay, unos amigos  de mis padres con dos hijos varones: Ethan, de la edad de mi hermana Lesly, con la que estaba desde que eran pequeños y Denneb, su hermano de diecisiete años. Este último no suele acudir casi nunca, de vez en cuando lo veo con sus amigos en la playa, pero si su hermano venía era solo para ver a mi hermana, y sola con todos los adultos me aburro demasiado, he aprendido a escaquearme de las tardes de familia, en vez de eso, voy a mi pequeño escondite de la playa y me quedó allí unas horas, nadando, tomando el sol o sumergiéndome en busca de pequeños tesoros o doy un paseo por la ciudad mirando escaparates, haciendo recados o vendiendo algunas de las cosas que me encuentro en el mar: soy muy buena buceando y consigo alcanzar bastante profundidad, donde la marea deja incrustados pequeños objetos de valor, como anillos, pulseras, alguna moneda, un anzuelo oxidado e incluso consigo vender algunas bonitas conchas y caracolas que no se encuentran normalmente en la playa. También aprovecho para recoger ostras y coquinas de debajo de la arena, como si pescamos fuera del trabajo no podemos quedárnoslo, los agentes de la paz me permiten quedarme un par de moluscos a cambio del resto de mi bolsa. Es algo que no me molesta hacer, lo poco que me dejan quedarme nos permite comer un poco mejor y todo lo que gano vendiendo en la ciudad lo guardamos en una pequeña bolsa de tela que tenemos escondida en casa, por si hubiera escasez de pescado poder tirar de algo. No es mucho pero nos permitiría vivir como hasta ahora por un par de semanas, si lo racionamos bien. A veces, cuando mi hermana tiene tiempo, teje cadenas de tela, cuerdas o incluso algas y podemos hacer collares con algunas caracolas, incrementando su valor. Lo que hacemos es totalmente legal, porque al Capitolio no le afecta que cojas cosas del suelo y las vendas, así que podemos hacerlo sin tapujos. Incluso los agentes de paz nos han comprado algo alguna vez. Y no todos son odiados, al menos no por mí, una vez, mi padre salvó a uno de ellos, casi anciano, porque calló al mar y no sabía nadar, el hombre falleció hace poco, pero se había hecho amigo de mis padres y su hijo, también agente de paz, hizo  lo mismo, no quiero decir que nos den un trato especial, porque no es así, simplemente cuando no hay nadie, suele comportarse como si fuera uno de nosotros.
No soy una persona muy popular, tengo un par de buenas amigas y con el resto de la gente, mantengo un trato cordial, mejor o peor dependiendo de la relación. En verano prácticamente vivimos en la playa, pero los inviernos son bastante fríos así que o los pasamos unas en casa de otras o me quedo sola, escribiendo. De pequeña solía leer, pero ahora que he crecido, solo me permiten acceder a ciertos libros que el Capitolio concede a la escuela, pero en cuanto creen que una historia tiene un ápice de fantasía que puede confundirse con indicios de rebelión, es censurada y el autor es llevado a declarar y posteriormente sancionado, y como el Capitolio desconfía por todo y de todos, solo hay un par de libros sobre temas educativos como criaturas de agua, los Días Oscuros e Historia de Panem y sus distritos (versión del gobierno por supuesto), animales de Panem y mutos vivos, algas y sus derivados, medicina natural y plantas comestibles. Todos estos me los he leído y releído, la segunda vez apuntando datos de interés en una libreta y una pluma buena que nos dejó mi abuelo para que la aprovecháramos (pues es un objeto de mucho valor que ganó una vez en una apuesta) y como nadie sabía para qué usarla, yo me apropié de ella, anotando fechas importantes, datos, estrategias militares, mutos, armas, plantas y animales  comestibles y letales, trampas y redes sencillas, etc … Me parecía una buena forma de pasar el tiempo, y también de perderme algunos entrenamientos con la excusa de planear estrategias; en parte era cierto, porque nos permitía a mis amigas, antes a mi hermana, y a mí, a prepararnos para los Juegos, y posiblemente para nuestros hijos si algún día los teníamos. Cada cierto tiempo, a la escuela llegaban un par de ejemplares nuevos, y la profesora me los dejaba, porque sabía cuánto me gustaba leer. Aunque a falta de libros me gusta escribir, en una vieja y oxidada máquina que mi abuelo, una vez más, ganancia de sus apuestas, me gusta sentarme en mi cama, junto a la ventana, mientras mis dedos teclean lo primero que pasa por mi mente, aprovechando el papel que me proporciona la profesora, escondido entre los libros prestados o intercambiado con los agentes de paz por un puñado de ostras y cangrejos: otro bien demasiado caro para permitírnoslo. Lo mismo ocurría con la tinta, aunque con ella teníamos más suerte: la madre de los Abisay trabaja en la fábrica de tinta del distrito: en la escuela nos explicaron que antes se hacía con unas plantas especiales y rocas, pero a falta de recursos, se empezó a utilizar la producida por el calamar, al que se alimentaba una vez en semana con una sustancia que potencia su creación de tinta, así que se instaló una fábrica aquí, en el 4, donde los trabajadores reciben una pequeña cantidad de tinta al mes, si superan las expectativas de producción y como a ellos no les gusta demasiado eso de escribir, nos la dan.